jueves, 7 de febrero de 2008

Mary Wilson y los murciélagos de Austin


A los 25 años, en 1955, una joven periodista americana, nacida en Austin, eligió morir y contar, además, su muerte. Una elección dolorosa y una final lleno de magia.

Austin es la capital de Texas, Estados Unidos, una ciudad de nacimiento tardío. Fue fundada recién en 1838 y, según cuentan, ocurrió por casualidad. En realidad, sus características geográficas actuaron como un polo de atracción de numerosos colonos que la eligieron como el punto de partida de una nueva vida en América. En pocos años, la modesta población fue creciendo de manera constante, hasta que se separó del antiguo México y se integró a los Estados Unidos, convirtiéndose en la capital del estado.
Allí nació, vivió y murió Mary Wilson, entre 1930 y 1955. Sus abuelos estaban entre los pioneros de la ciudad, y formaban parte de la sociedad que, de alguna manera, se sentía dueña del lugar, con o sin posesiones (aunque la mayoría las tenía). Era, sobre todo, el orgullo de contar en sus venas con la sangre de quienes, en el siglo XIX, habían tenido la audacia y la esperanza de instalarse en una zona que, para el momento en que Mary había nacido, ya era una ciudad floreciente.

Mary, periodista

La educación de Mary fue intensa, gracias al empeño de su madre, Ann Margaret Wilson, por convertirla en una persona independiente, y a los no excesivos reparos de su padre, Walter H. Wilson quien, finalmente, dejó en las manos de su esposa la responsabilidad de la formación de su hija.
No era común, en esa época, que una mujer tuviera exactamente el mismo nivel educativo que un hombre. Por esa razón no le fue tan fácil a Mary encontrar su camino, en una ciudad que mantenía sus tradiciones muy arraigadas hasta mitad del siglo pasado. Con esfuerzo, Mary ingresó en el Austin American-Statesman, en donde se desempeñó como articulista de temas referidos al ámbito social.

La falla de los murciélagos

Hasta aquí la biografía de una joven, avanzada para su época, que malograra su vida con sólo veinticinco años. Pero es acá donde comienza la otra historia. Una historia que roza la fantasía popular y la leyenda urbana. Un 25 de julio de 1955, cuando el calor hacía estragos en las calles de Austin, los primeros murciélagos venidos desde México –casi todos hembras- empezaban su giro aéreo en el atardecer de ese día de verano. En ese entonces no llegaban al millón de la actualidad. De todos modos, su presencia no dejaba de generar resquemor entre los propios habitantes, acostumbrados desde siempre a verlos recorrer, cada año, los cielos estivales de Austin.
Pero en medio de la perfección de ese vuelo vespertino de los “bats”, algo ocurrió: una falla, una directiva errada de los líderes que encabezaban los vuelos, hizo que miles y miles de murciélagos cayeran en picada sobre decenas de pobladores que, a esa hora, cruzaban Congress Avenue. Entre ellos estaba Mary Wilson. Fueron varios los muertos: los animales mordieron a diestra y siniestra, desangrando a varios transeúntes, transmitiendo la rabia a otros. O, como en el caso de Mary, incitándola al suicidio seis días después.

La elección

Mary sufrió graves heridas esa tarde. Fue trasladada, junto con otros sobrevivientes, al Austin State Hospital. Su joven rostro estaba completamente desfigurado. Hasta allí llegaron sus padres desesperados. Luego de tres días en el hospital, Mary fue trasladada a su casa, donde fue atendida por una enfermera día y noche. De todos modos, no había forma de volver atrás con las terribles cicatrices que quedarían en su cara y en su cuerpo. Mary lo sabía, pero sabía, también, que le sería imposible reintegrase a la vida normal con esas marcas, que la habían convertido en un ser casi monstruoso.
Durante esos pocos días de recuperación, Mary tomó la decisión de acabar con su vida. Pero, antes, quiso dejar reflejado su padecimiento a través de una de las notas periodísticas más desgarradoras que se han podido leer: Mary contó, en no más de setecientas palabras lo que vivió esa tarde. Como protagonista del hecho del día 25, el relato se vuelve profundamente dramático, desgarrador y, por momentos, intolerable.
Para asegurarse de que lo publicaran en el Austin American-Statesman, Mary completó el relato con el detalle de su futuro suicidio, pero en tercera persona. En definitiva, les dio el artículo servido, con el espacio que ella suponía que iban a darle a una noticia de tal categoría.
La noche del 31 de julio, Mary salió a escondidas de su casa, y se dirigió al Town Lake, donde la encontraron flotando dos días después de intensas búsquedas.
Un comentario final a su artículo, que sí fue publicado en el diario una vez que se identificó el cadáver, acotaba lo siguiente: “El cuerpo de Miss Wilson se encontraba en perfecto estado, sorprendiendo la belleza de su rostro y la paz que de él emanaba”. El responsable de este comentario fue Robert J. Whithear, Director en Jefe del Austin American-Statesman, de cuyas palabras nadie dudó jamás.

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