lunes, 18 de febrero de 2008

El último almuerzo


Angela Provenzano tenía 49 años cuando tomó la decisión más audaz de su vida, siguiendo con la tradición de la mafia siciliana: eliminar a quienes habían asesinado a parte de su familia. ¿El recurso? Un almuerzo preparado con sus propias manos.

No le fue fácil adaptarse a su nueva condición cuando murió su marido, Filippo Lobianco, bajo la lluvia de balas recibidas, junto a dos de sus cinco hijos, Marcelo y Carmine, al final del pueblo, cerca del cementerio de la ciudad, a donde habían ido los tres a visitar la tumba de los abuelos parternos. Tres generaciones maffiosi, curtidos en la tarea de competir con el poder, frente a la familia DiModica.
Hasta ese momento, la convivencia había sido difícil, pero el respeto por la vida de sus integrantes se basaba en la extraña necesidad de que hubiera un equilibrio de poder, y por lo tanto económico, entre ambas. Pero, desde el momento en que los más jovenes de los DiModica había comenzado a cambiar el sentido del negocio, su deseo de acaparar toda la zona para ellos fue imparable. Así fue que una tarde, Filippo, Marcelo y Carmine fueron sorprendidos y murieron desangrados bajo la fría lluvia de un otoño siciliano.
Angela reaccionó con la pureza de un mafioso: con la necesidad de vengarse y duplicar la afrenta. Simulando haber entendido y aceptado el podería de los DiModica, los invitó a almorzar a su residencia, luego de varias idas y vueltas de los hijos más jóvenes. Angela había estado preparando toda la noche gnocchis de papa. Separó los que iban a comer los invitados y los que comería su familia. Para que los DiModica no sospecharan, preparó a dos sirvientes fieles para servir los platos correspondientes: uno tendría la bandeja con los gnocchis envenenados, y el otro, la otra fuente.
Si bien luego confesaría lo difícil que fue para ella ver las caras de los asesinos de su esposo y sus hijos, pudo disimularlo sabiendo que era la única forma de ganar el juego. Los recibió amablemente, hablando poco y filosofando de entrada sobre el poder y sus consecuencias. Los DiModica, más operativos que intelectuales, se sentían satisfechos.
La cantidad de veneno colocado en la comida fue lo suficiente como para que Angela y sus hijos pudieran ver la dolorosa muerte de los DiModica al poco tiempo de comenzado el almuerzo. El placer de la venganza –confesó tiempo después- se le mezcló con la inmensa desgracia de su familia y, por primera vez, pudo llorar.
Los muertos fueron dejados en la puerta de la casa de la familia DiModica, donde su mujer e hijas sentirían en carne propia el mismo dolor que los Lobianco.

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jueves, 7 de febrero de 2008

Mary Wilson y los murciélagos de Austin


A los 25 años, en 1955, una joven periodista americana, nacida en Austin, eligió morir y contar, además, su muerte. Una elección dolorosa y una final lleno de magia.

Austin es la capital de Texas, Estados Unidos, una ciudad de nacimiento tardío. Fue fundada recién en 1838 y, según cuentan, ocurrió por casualidad. En realidad, sus características geográficas actuaron como un polo de atracción de numerosos colonos que la eligieron como el punto de partida de una nueva vida en América. En pocos años, la modesta población fue creciendo de manera constante, hasta que se separó del antiguo México y se integró a los Estados Unidos, convirtiéndose en la capital del estado.
Allí nació, vivió y murió Mary Wilson, entre 1930 y 1955. Sus abuelos estaban entre los pioneros de la ciudad, y formaban parte de la sociedad que, de alguna manera, se sentía dueña del lugar, con o sin posesiones (aunque la mayoría las tenía). Era, sobre todo, el orgullo de contar en sus venas con la sangre de quienes, en el siglo XIX, habían tenido la audacia y la esperanza de instalarse en una zona que, para el momento en que Mary había nacido, ya era una ciudad floreciente.

Mary, periodista

La educación de Mary fue intensa, gracias al empeño de su madre, Ann Margaret Wilson, por convertirla en una persona independiente, y a los no excesivos reparos de su padre, Walter H. Wilson quien, finalmente, dejó en las manos de su esposa la responsabilidad de la formación de su hija.
No era común, en esa época, que una mujer tuviera exactamente el mismo nivel educativo que un hombre. Por esa razón no le fue tan fácil a Mary encontrar su camino, en una ciudad que mantenía sus tradiciones muy arraigadas hasta mitad del siglo pasado. Con esfuerzo, Mary ingresó en el Austin American-Statesman, en donde se desempeñó como articulista de temas referidos al ámbito social.

La falla de los murciélagos

Hasta aquí la biografía de una joven, avanzada para su época, que malograra su vida con sólo veinticinco años. Pero es acá donde comienza la otra historia. Una historia que roza la fantasía popular y la leyenda urbana. Un 25 de julio de 1955, cuando el calor hacía estragos en las calles de Austin, los primeros murciélagos venidos desde México –casi todos hembras- empezaban su giro aéreo en el atardecer de ese día de verano. En ese entonces no llegaban al millón de la actualidad. De todos modos, su presencia no dejaba de generar resquemor entre los propios habitantes, acostumbrados desde siempre a verlos recorrer, cada año, los cielos estivales de Austin.
Pero en medio de la perfección de ese vuelo vespertino de los “bats”, algo ocurrió: una falla, una directiva errada de los líderes que encabezaban los vuelos, hizo que miles y miles de murciélagos cayeran en picada sobre decenas de pobladores que, a esa hora, cruzaban Congress Avenue. Entre ellos estaba Mary Wilson. Fueron varios los muertos: los animales mordieron a diestra y siniestra, desangrando a varios transeúntes, transmitiendo la rabia a otros. O, como en el caso de Mary, incitándola al suicidio seis días después.

La elección

Mary sufrió graves heridas esa tarde. Fue trasladada, junto con otros sobrevivientes, al Austin State Hospital. Su joven rostro estaba completamente desfigurado. Hasta allí llegaron sus padres desesperados. Luego de tres días en el hospital, Mary fue trasladada a su casa, donde fue atendida por una enfermera día y noche. De todos modos, no había forma de volver atrás con las terribles cicatrices que quedarían en su cara y en su cuerpo. Mary lo sabía, pero sabía, también, que le sería imposible reintegrase a la vida normal con esas marcas, que la habían convertido en un ser casi monstruoso.
Durante esos pocos días de recuperación, Mary tomó la decisión de acabar con su vida. Pero, antes, quiso dejar reflejado su padecimiento a través de una de las notas periodísticas más desgarradoras que se han podido leer: Mary contó, en no más de setecientas palabras lo que vivió esa tarde. Como protagonista del hecho del día 25, el relato se vuelve profundamente dramático, desgarrador y, por momentos, intolerable.
Para asegurarse de que lo publicaran en el Austin American-Statesman, Mary completó el relato con el detalle de su futuro suicidio, pero en tercera persona. En definitiva, les dio el artículo servido, con el espacio que ella suponía que iban a darle a una noticia de tal categoría.
La noche del 31 de julio, Mary salió a escondidas de su casa, y se dirigió al Town Lake, donde la encontraron flotando dos días después de intensas búsquedas.
Un comentario final a su artículo, que sí fue publicado en el diario una vez que se identificó el cadáver, acotaba lo siguiente: “El cuerpo de Miss Wilson se encontraba en perfecto estado, sorprendiendo la belleza de su rostro y la paz que de él emanaba”. El responsable de este comentario fue Robert J. Whithear, Director en Jefe del Austin American-Statesman, de cuyas palabras nadie dudó jamás.

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Post inauguración

La fuerza de la lengua inglesa en Internet hace que el título de esta entrada pueda confundirlos: no hablo de una postinauguración (lo que ocurre después de un comienzo), sino de un post inaugural, es decir, de mi primer escrito en este blog, que pretende ser un descubrimiento, un velo rajado, una develación de mujeres que, si bien no han sido incorporadas en los grandes libros de la Historia, sí se las puede percibir a través de sus pequeños momentos trascendentes repartidos en artículos, referencias, diarios, revistas, menciones, etc. Todo lo que implica, como verán, una intensa investigación basada en la paciencia y en el deseo ferviente de mostrarlas, de hacerlas conocer, de acercarlas a sus mesas lo más posible. Y de otro deseo más personal: el del lograr que las aprecien, como yo lo hago, a través del sentimiento compartido, de la compasión, de la admiración, del horror... En fin, del sentimiento que se puedan imaginar.
Creo que presentarme es casi innecesario, ya que no busco ocupar un lugar en esta historia cotidiana del maravilloso mundo de los blogs. Pero reconozco la necesidad que posee siempre el lector de tener una referencia del autor de los textos que lee. Por eso, brevemente, les cuento que me llamo Analía Claschwitz, soy argentina y mi profesión (y vocación) es el periodismo.
Ahora, les cedo el paso a ellas, las verdaderas protagonistas de este blog que espero que disfruten y los asombre.

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